Cocaína blues: la historia de Juan y el consumo de cocaína

Fernando Botana Núñez

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Creador: Fernando Botana
Autora: Loren Fernandez
Ilustraciones: Isabel Osma

Juan duda de si es el mejor camino. Pero es el camino al que le llevan sus pasos. Cuando salen de gira trabaja muchas horas, montando y desmontando los equipos de sonido, recorriendo carreteras, durmiendo de día. Si no se colocara un poco de vez en cuando le tomarían por pardillo. En su mundo, todos necesitan un empujoncito para seguir el ritmo, mantenerse ágiles de mente y de cuerpo.

«Es solo otro loco, loco día en la carretera, con la cabeza llena de nieve».

No lleva una mala vida. Algunos creen que para meterte en drogas tienes que estar en el paro, que te deje la novia, que tu padre te diese palizas de pequeño o ser un tipo al que le cuesta hacer amigos. A Juan le encanta su trabajo, suele caer bien a todo el mundo y Nuria es una mujer pasional y divertida a la que da gusto regresar después de esos agotadores viajes. Nunca le había reprochado nada. No está celosa porque se pase semanas fuera de casa y cuelgue en Instagram fotos con las chicas del grupo de baile, no le da la charla porque se meta algún tirito ocasional en una fiesta, aunque ella nunca quiso acompañarle.

 «Préstame un nuevo mundo durante toda la noche, sentir la vida. Quiero montar un caballo blanco».

juan consumiendo cocaína

Pero algo ha cambiado. Ahora, continuamente, todo son escenas y gritos. Juan sabe que aquello empezó con el embarazo. Tal vez Nuria está más sensible. Y él, la verdad… desde que se enteró de que va a ser padre, siente un malestar que solo le calma la coca. Un malestar que se aplaca, pero regresa luego con más fuerza. No es que no desee ese niño, pero se fija en otros padres y no se siente preparado para esas charlas monotemáticas, visitar las urgencias de los hospitales ni pasar las noches acunando a un bebé llorón. Y, sobre todo, cuando piensa en que a ese niño hay que educarle, el malestar toma la forma de un ladrillo incrustado en el estómago.

Criar a un hijo, educarle, acertar, le parece una tarea que rebasa sus límites. Juan estará muchos días fuera de casa, igual que su padre; su hijo le echará de menos, igual que le pasaba a él. Y, cuando esté, tal vez no sea más que una sombra que trae dinero a casa y luego se baja al bar. No quiere que Nuria sea una madre que llora por los rincones, como fue la suya. Criar un hijo es una tarea de adultos, para la que ni sus padres adultos parecían demasiado preparados, ¿cómo va a estarlo él, que todavía se siente joven, con ganas de fiesta, ahogado cuando le hablan de obligaciones?

«Observo una mano llena de planes rotos y estoy cansado de no darle importancia. La dama blanca te quiere más».

Juan y su consumo de cocaína

Los compañeros le dan palmaditas en el hombro y bromean sobre su paternidad, el fin de la buena vida, de la juventud. Bueno, ya lo hicieron cuando se casó, y no puede estar más contento de vivir con Nuria. Pero, ahora, cada vez que uno le habla de pañales y de bronquitis, se mete un tirito de coca. Y, si eso le ayuda, piensa, podrá así afrontar el futuro mientras se prepara para cuando llegue.

«Si tienes malas noticias, si quieres patear la tristeza, cocaína».

Pero Nuria no lo ve así. Dice que no está afrontando, sino evitando. Que ya no le conoce. Que está harta de un hombre agotado y como ausente. De sus cambios de humor; de que no coma con ella; de que la despierte en mitad de la noche gritando que le persiguen cucarachas; de que no pueda ocuparse de nada porque está apático y desorientado; de sus gatillazos; de que ahora no les llegue el dinero a fin de mes. Hasta esos momentos de euforia en los que Juan se siente el rey del mundo, parecen molestarla.

«¿Qué nos ocurre? ¿Qué me ocurre? ¿Qué sucedió mientras lo dejé ir?».

Hace dos semanas, Juan se alteró tanto con las quejas de su mujer que dio un golpe contra la mesa y destrozó el cristal. Nuria se asustó mucho, se marchó llorando a la calle. Y Juan, por primera vez, viendo su puño rojo de sangre, sintió miedo del monstruo que le crecía dentro. Se mira en el espejo y no se reconoce. Las ojeras de su padre los días de resaca. La piel pegada a los huesos. El pelo raleando. Entonces, ve en el espejo cómo se distorsiona su cara, como si fuese un amasijo de plastilina fácil de modelar. La realidad y las visiones han dejado de ser mundos separados.

«Esta vieja cocaína me está haciendo enfermar. Cocaína inundando mi cerebro».

Relatos de terapia

A Juan le cuesta reconocer que no, la cocaína no es una amiga, sino un veneno. Mira a su alrededor con ojos nuevos, y ve que algunos de sus compañeros están ya en un punto sin retorno. No sabe cuánto le falta a él para llegar a ese punto. Para perder a su familia, para arruinarse, para hacer peligrar su vida, para no tener más amigos (si lo son) que otros consumidores. Para ser un esclavo del polvo blanco.

«El doctor dice que te mata, pero no dijo cuándo».

Dejar el consumo de cocaína

No, él no es como ellos, se dice. Cuesta mucho, lo sabe, pero puede dejarlo. Solo necesita perder el miedo. Miedo a que, sin la dama blanca, el vacío le engulla. El aburrimiento. La nada. Miedo a que los compañeros le vean como a un bicho raro. A la soledad. Nunca se sintió del todo a gusto consigo mismo, como si la vida se transformase a veces en una niebla triste de la que necesitaba esconderse. Cuando encontró el dulce veneno de la cocaína todo parecía más fácil: ya no necesitaba pensar. En esos momentos, solo ella ocupaba su mente.

«Si quieres caer y quedarte en el suelo: cocaína».

Juan ha decidido probar a ir a terapia y terminar con el consumo de cocaína. Con muchas reticencias. Y vergüenza. No quiere que le metan en uno de esos grupos de drogadictos que se auto compadecen. El no es uno de ellos. Pero, desde el momento en que ha entrado en la consulta, se ha sentido en un lugar tranquilo, seguro, donde es aceptado y comprendido. Donde le darán fuerza para dejar de ser un esclavo. Ha salido a la calle con la sensación de que es capaz de conseguirlo. De que se puede regresar de ese viaje a los infiernos, de que van a ayudarle. Y de que también le ayudarán a explicar y a llenar ese vacío que siente cuando no consume.

«Intentando no olvidar todas las formas de la alegría, toda la formas de la felicidad».

Se sienta en la calle a fumar, intentando aplacar el deseo de llamar a uno de sus camellos para conseguir su recompensa por este nuevo esfuerzo. Sería la última vez. Enciende y apaga el móvil, luchando contra el ansia. Para olvidarse, mira cómo los niños juegan en el tobogán. Un padre recoge a un pequeño que llora después de caerse al suelo. Los dos se abrazan y Juan ve en el rostro de ese niño, que sonríe con la cara manchada de barro y lágrimas, y de ese padre que le habla al oído con infinita ternura, que su lucha va a merecer la pena.

«No es un efecto secundario de la cocaína, estoy pensando que debe ser amor. Es muy tarde para llegar tarde otra vez… Voy dejar pasar el día sin ella».

NOTA: Los textos en cursiva pertenecen a temas de Rolling Stones, Goldfrapp, E. Smith, E. Clapton, Placebo, B. Dylan y D. Bowie.

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