Sigo siendo el rey

Fernando Botana Núñez

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EL PSICÓLOGO

 

Es la primera vez que Ángel viene a mi consulta. Es un hombre que cuida su aspecto, un toque de rayos uva, algo de gimnasio y ropa informal pero de marca. Su apretón de manos es cordial y efusivo, pero su mirada a veces intenta conectar con la mía y otras escapar de ella. Ángel parece querer agradar pero, al mismo tiempo, rehuirme, como si temiera que la distancia entre nosotros fuese demasiado corta o tuviese demasiada prisa. Por lo que me avanzó por teléfono, es un hombre ocupado, sí, un empresario de éxito con un gran restaurante en Madrid. Está acostumbrado a relacionarse con la gente y a estar en todos los sitios a la vez, resolviendo. Tal vez por eso busca vías de escape que suelen arrastrar en lugar de liberar. O quizás sea algo más que eso. Para intentar averiguarlo está hoy aquí.

-Ángel, disponemos de este tiempo en el que vamos a charlar sobre su problema, esto nos servirá a ambos para ver si yo puedo ayudarle y si usted encuentra este centro como el lugar de confianza donde puede ser ayudado, disponemos de una hora de tiempo, cuénteme, ¿Cuál es el problema que le trae por aquí?

Ángel mueve la cabeza asintiendo, pero mira al suelo al responder.

-No es que sea alcohólico pero creo que estoy teniendo problemas con el alcohol.

Silencio. Me mira fijamente, casi desafiante, esperando tal vez que valore su afirmación. Pero no es ese mi papel.

 

-¿Qué le hace pensar que está teniendo problemas con el alcohol? –le pregunto.

-Siempre he bebido, desde los 12 años, pero desde hace unos meses intento que no se repitan mis episodios de descontrol. Cada vez que termino uno, pienso que va a ser la última vez, y al día siguiente, con el malestar de la resaca, estoy decidido, pero a los tres o cuatro días vuelvo a caer, cada vez estoy más desesperado porque veo que no puedo…

-Debe de sentirse muy mal cuando, después de decidir que será la última vez, se encuentra de nuevo en la misma situación

-El caso es que cada vez que me lo propongo estoy convencido…. Acudí a un psiquiatra y estuve yendo unos meses, me recetaba Antabús, me preguntaba cómo me iba y en veinte minutos me despedía. Lo dejé porque eso a mí no me sirve…

-¿Qué fue lo que falló en ese tratamiento, qué fue lo que no le

gustó?

-Ese hombre no tenía interés en conocerme, en saber de mis

cosas, en realidad no sé cómo pensaba que iba a curarme simplemente con unas pastillas, así es que seguí consumiendo y decidí buscar otro lugar donde me pudieran ayudar

-Le escucho Ángel, cuénteme un poco de usted, a qué se dedica, está casado, tiene hijos, qué cosas le preocupan, cuénteme lo que le parezca relevante para ayudarle…

-Bueno en realidad…. yo creo que las cosas me van bien, tengo un negocio de hostelería, no me puedo quejar. Eso sí, me lo he currado mucho, mi padre me ayudó pero solo para empezar… Tengo una familia: mi mujer, Elena, un chico de catorce años y una niña de doce… vivimos muy unidos. Bueno…, en realidad esto me aleja cada vez más de ellos…, lo que en falla es que últimamente me descontrolo más a menudo.

-¿Quiere hablarme de esos descontroles?

 

-Siempre creo que voy a poder controlar, pero cuando empiezo a beber ya no se parar y lo peor es que desde hace tiempo que también consumo cocaína y acabo destrozado, al día siguiente estoy anulado y no me gusta nada.

-Siente que su vida se está descontrolando. Piensa algo más con respecto a estos descontroles

-Creo que tienen que estar haciendo daño a mi salud también. Últimamente me veo muy nervioso, como ansioso y de mal humor, aunque me hago revisiones médicas y no tengo nada, todo está normal. Ángel está hablando de sí mismo y siente que le escucho con atención y que alguien va a prestar atención a sus problemas. Se sienta hacia atrás en el sillón y su expresión es más relajada. Es la intimidad propia de la relación terapéutica, que nos lleva al sentimiento de búsqueda de seguridad de la infancia. Y, al mismo tiempo, esta intimidad le resulta también incomoda e insostenible, como es frecuente en los

adictos.

-Ángel, creo que podemos continuar hablando de este problema que le angustia y buscar el modo en que pueda detener el consumo de alcohol y cocaína. Como usted está presintiendo, este tipo de consumo es muy peligroso para su salud y es por eso que está buscando ayuda. En nuestro centro, después de un tiempo trabajando con este tipo de situaciones, pensamos que la psicoterapia individual es el mejor planteamiento porque nos va a permitir, además de detener el consumo, entender como ha sido posible que usted llegara a esta situación. Buscaremos las estrategias que le permitan avanzar en su objetivo; al mismo tiempo procuraremos que usted entienda lo que pasó, por qué pasó y qué tiene que cambiar para que no se vuelva a encontrar en esta situación. Si está de acuerdo trabajaremos dos veces en semana para lograr este objetivo.

-De acuerdo. Estoy deseando saber cómo empezar a quitarme esto de encima.

 

ÁNGEL

 

¿Alcohólico? Eso suena muy fuerte. La cosa no es para tanto, ni mucho menos. No, no, ni mucho menos. Pero digo yo que algo no funciona, cuando no puedo controlarlo así, sin más.

He bebido desde que era un chaval, en mi casa mi padre ha bebido toda la vida y siempre tenía una copa para las visitas. Beber era lo normal y cuando yo empecé lo tomaron como algo natural. Mi madre, cuando llegaba borracho a casa, me preparaba la cama, me abrigaba y a la mañana siguiente me daba un caldito para reponerme.

Acostumbrado y todo a que en mi familia aquello fuese algo corriente, hoy que soy padre me resulta extraño que a la edad de mi hija yo ya bebiera y que, a la de mi hijo, ya me tragara una o dos litronas cada día del fin de semana. Yo aún los veo como dos niños, me asusta pensar que de mi ejemplo saquen que emborracharse es bueno, y tampoco es que yo vaya a decir que el alcohol es algo malo por sí mismo, pero sé que te va pidiendo más. A los diecisiete años ya bebía también copas y a los veintiuno le añadí la cocaína.

Cada vez descontrolo más y hago más daño a mi salud. A veces me despierto notando que me falta el aire, estoy adelgazando sin motivo y, aunque el médico no me encuentra nada malo, sé que es cuestión de tiempo que me afecte. Estoy cerca de los cuarenta, ya no soy un niño y mi hígado tiene cuarenta años también.

Pensé que sería más fácil controlarlo. Aquel psiquiatra también debía pensarlo, porque con sus veinte minutos de consulta cada dos semanas y su pastillita creyó que iba a resolverlo sin más. Después de todo, no soy uno de esos tipos amargados por algún trauma que beben cuando están solos ¿no? Yo solo bebo si hay que celebrar algo, para relacionarme con gente del restaurante o cuando salgo de fiesta… que suele ser muy a menudo, eso sí. La solución del psiquiatra no me valió, necesito alguien que me haga comprender por qué no puedo controlar.

 

Y que me enseñe cómo hacerlo. No me imagino una vida sin alcohol, me asusta tanto seguir bebiendo como pensar en dejarlo completamente. Yo vivo del mundo de la hostelería y soy la imagen de la empresa, ¿Cómo voy a decir que no a un vino en cualquier evento o reunión con clientes o amigos? Y demasiados disgustos me ha costado la empresa como para dejar mis obligaciones. Me ha costado casi el odio de mi familia. Por lo menos el de mis padres y mi hermano mayor.

Somos cuatro hermanos, tres hombres y la pequeña una mujer. Yo soy el segundo junto con Miguel, mi gemelo. César, mi hermano mayor, era como un dios para mí. Cuando comenzamos a trabajar juntos en el proyecto del restaurante que apadrinó mi padre, salía a todas partes con él, pero finalmente nos enfadamos porque metió en el restaurante a su mujer y la pillé robando. Nunca lo reconocieron, mis padres se pusieron de su lado como siempre. Han pasado muchos años y todavía sigo sin tener buena relación con él; va de sobrado, bebe como un cosaco… y mis padres siguen venerándole. Mis padres siempre fueron egoístas, solo me quieren para que les pase sus beneficios, solo piensan en el dinero que les doy, es lo que esperan de mí, que cumpla como siempre he cumplido. Tal vez no es que no valoren lo que hago: es que no les importa en absoluto.

 

ELENA

 

No entiendo que Ángel se haya obsesionado tanto con dejar la bebida y la coca. No es que me guste verle colgado, claro, y reconozco que en los últimos tiempos ha descontrolado un poco y no es plato de gusto cargar a la fuerza en el taxi a un borracho que insiste en que soy una aburrida porque no le dejo tomar una copa más. Ni ver el estado tan lamentable que tiene algunas mañanas de resaca. Pero él ya es mayorcito y sabrá controlarse.

 

Yo no trabajo desde que nacieron mis hijos, tengo mi puesto de profesora en excedencia así que, cuando termino mi jornada de ama de casa (un trabajo que, en realidad, nunca tiene fin), me gusta salir un poco a divertirme con mi marido y los amigos. ¿Es eso tan malo?

Cuando comenzó con el tema del psiquiatra le dije: “Entonces

¿tendremos que dejar de salir? A mí no me gustaría tener que dejar de salir, ni salir sola”. Parecía que no, que se trataba de tomar una pastillita y poder salir y aguantar sin beber. Pero no ha dado resultado. Y ahora,

¿qué?

 

EL PSICÓLOGO

 

-Felicidades, Ángel. Por tus avances… y también por cumplir cuarenta años. Una cifra especial, ¿No crees? ¿Qué te parece si lo celebramos profundizando en tu recuperación?

-Vaya, ¿otro de tus cuestionarios?

Estamos terminando el primer año de terapia, ya nos vemos solo una vez por semana y compruebo que Ángel ha avanzado mucho. Si, supongo que le cansan ya los cuestionarios, no le gusta llevarse “deberes para casa”, pero nos han ayudado mucho a entender cuándo y por qué consume y qué estrategias usar para controlarlo. Pretendo que el próximo nos rebele qué le motiva más en la vida, cuál es su imagen del éxito, porque pienso que es su sentimiento de valía el núcleo de donde parte su necesidad de consumir.

-Hasta ahora nos han ayudado a ver cuales son las situaciones de peligro y cómo detener el impulso de consumir –le recuerdo.

-Ya. Pero sabiéndolo y todo…ha sido una semana muy difícil. He

tenido una recaída. Estoy a punto de tirar la toalla.

-Cuéntame –le pregunto con preocupación.

-Primero, la fiesta sorpresa que me dio mi mujer. Se lo agradecí mucho, fue un detallazo. Pero, claro, ahí estaban mis amigos, bebiendo

 

y esnifando coca, y sabes que en esos momentos yo me siento menos que ellos. Me dije, “yo soy el puto amo, voy a hacer lo que me dé la gana, a tomar por culo todo”.

-¿No eres más “puto amo” cuando controlas? ¿No eres entonces

más dueño de tu propia vida?

-Sí, sí, claro. Ya hemos hablado de esto muchas veces, y no hago más que darme cuenta de que es así. El domingo estaba hecho una mierda, y seguro que muchos de mis amigos también se sintieron igual, pero yo no quiero pasar un día en blanco y de mala manera. No soy fuerte porque me envalentone y me lance a consumir como ellos, si no todo lo contrario. Soy débil, me dejo llevar.

-Pero no ha sido solo eso, si dices que has estado a punto de desesperar ¿Has tenido alguna tensión extra?

-Sí. Un conflicto con la inspección de trabajo. Un empleado que denunció a otro y hemos pasado todos unos días muy angustiosos, pero soy yo el que tiene que fingir que todo está bajo control y mantener el tipo. ¿Cómo no beber luego con ellos, para calmarme y para hacer piña?

-¿Y con tus padres? ¿Todo tranquilo?

-¡Uf!, el sábado día estuve a punto de beber. Fuimos toda la familia a una comunión, mi hermano y yo estábamos sentados charlando, vino mi madre y se sentó encima de él, así sin más, delante de mí, se pusieron a reír ignorándome….

-Y aún así, no bebiste.

-Y aún así no bebí.

-Han sido un par de caídas, pero yo no lo llamaría “recaída”. Recuerda que las situaciones donde hay bebida y consumo son para ti muy estresantes y, aunque no consumas en esos momentos, después es más fácil que lo hagas en otra situación posterior.

Piensa que has tenido ya periodos muy largos de abstinencia, que has conseguido salir y relacionarte sin beber, por ejemplo. Y, por lo que me cuentas, hasta enfrentar las situaciones difíciles con tu familia

 

sin hacerlo. Te das cuenta de las consecuencias y de que no es lo que quieres.

-Pero yo lo veo siempre como si me estuviese reteniendo, pero luego fuese a volver a beber. Sigo sintiéndome extraño, me resulta más difícil relacionarme.

Sé que esa dificultad para el contacto con otros es uno de los motivos que le llevan a beber para relajarse. Quiero que vaya comprobando que no necesita esa muleta para conectar y sentirse seguro con alguien.

-¿Cómo te encuentras aquí conmigo? Parece que cuando llegas siempre estás algo tenso. Pero a medida que avanza la sesión te vas encontrando más relajado y fluido.

-Te confieso que a veces me gustaría que me ofrecieras un gin tonic, jajaja. Pero sí, pasados esos primeros momentos, cada vez me siento más a gusto. Supongo que es posible relacionarse sin alcohol. De hecho, siento que es una relación más real, que nos comunicamos de verdad. Es difícil tener una conversación sincera o mínimamente interesante si vas mamado hasta las cejas, ¿no crees?

 

ÁNGEL

 

Otro paso atrás. Este verano ha sido demasiado complicado como para dejar de beber. Vale, también dejé el Antabús, pero es que eso de estar tomando una pastillita… me parece que no es un logro mío, que dependo de ella. Pero, sin Antabús, han sido más difíciles de superar los momentos de tensión. Y, no sé, si no hubiera sido por aquella noche tan mala, a lo mejor me habría dado por vencido. Un domingo en que me había acostado muy colgado, me desperté con un dolor debajo de las costillas y me costaba respirar. Luego, como encadenados, sudores, temblores, taquicardia. Sentí como cuando era pequeño y tenía miedo a

 

la muerte, y me metía en la cama de mi hermano gemelo para poder dormir.

Con el susto todavía en el cuerpo y la llegada del otoño, igual que mis hijos vuelven al instituto y yo cuelgo los nuevos menús del restaurante, vuelvo a intentarlo con más ímpetu. Salir de esta recaída. Una pastillita de Antabús solo cuando haya días de especial peligro, algún evento, fiesta, situación de tensión.

Me siento más tranquilo, con mayor control. Detecto mis zonas de peligro y, qué remedio, ya voy entendiendo que, por ejemplo, no puedo cambiar a mis padres, así que tengo que cambiar yo respecto a cómo me afecta lo que ellos hagan o digan. Voy comprendiendo que mi valor como persona es independiente del que me devuelva su mirada, y eso me ayuda a no depender tanto de ellos y a ponerles límites en sus peticiones. Voy comprendiendo que el darles todos los caprichos no hace que ellos me sientan como una persona de éxito, sino como alguien a quien pueden manipular. Curiosamente, ahora que les pongo límites me tienen más respeto. Y eso me hace sentir más valioso. Porque ese valor y ese respeto lo he ganado yo, no me lo han regalado ellos.

Ir menos por el restaurante también me ayuda a mantenerme. En realidad no me necesitan, y poder delegar es también una señal de éxito, como me recuerda el psicólogo.

Y Elena… bueno, parece dispuesta a ayudarme un poco más, desde que vino conmigo a consulta. Sin ella tal vez mis buenos propósitos se hubiesen hundido completamente.

 

 

ELENA

 

Este asunto de la terapia de Ángel me tiene la cabeza loca. Tener que acompañarle a una sesión ha sido muy embarazoso, pero también me ha ayudado a comprender la situación. Embarazoso, porque he

 

tenido que enfrentar el hecho de que, en realidad, no termino de aceptar su necesidad de dejar de beber, porque eso significa que salimos menos y yo pienso que se terminan nuestras juergas y me siento joven todavía, con ganas de divertirme como lo hacíamos hasta ahora. Tenemos muchos amigos, dinero para salir lo que queramos y los chicos ya son lo suficientemente mayores como para dejarles solos, sin tener que preocuparnos de contratar canguros ni de si les dará una subida de fiebre que nos haga romper los planes o tener que volver a casa inmediatamente.

Pero he comprendido que Ángel me necesita en este camino. No entendía lo importante que es esta lucha. Veo como nuestros amigos beben y esnifan coca sin parecer que eso les afecte demasiado. Pero,

¿realmente estoy dispuesta a ver cómo se van deteriorando la salud y los nervios de Ángel sin apoyarle? Tal vez puede uno divertirse sin emborracharse, tal vez podemos tener amigos sin acompañarles en esta locura. Tal vez no sería divertido ver cómo Ángel se va hundiendo físicamente o como descontrola cada vez más. Conmigo misma se ha portado alguna vez de una manera en la que no le reconozco. Y, con los niños…no, no es buen ejemplo ver a su padre destrozado por la resaca o dándoles voces, mientras se mantiene en pie con esfuerzo.

Lo peor fue aquella noche en que se despertó cubierto en sudor y temblando. No dijo nada, pero le costaba respirar y, con la mano en las costillas, me miró y se abrazó a mí, como si fuera una tabla de salvación en la tormenta. ¿Estaré a la altura para serlo? El siempre había sido mi lugar seguro. Serlo yo es algo nuevo para mí.

 

EL PSICÓLOGO

 

Después de un verano difícil, Ángel parece dispuesto a darlo todo por su recuperación. Su mujer también, y esa va a ser una alianza importante porque en lo personal, su familia es para él lo primero.

 

-Por lo que dices, parece que Elena está colaborando más, y que hasta la relación con tus padres ha mejorado ¿Qué tal llevas el estar más alejado del trabajo?

-Bueno, ya sabes, más tranquilo pero…allí soy el dueño de un negocio que prospera, no es que haga falta, pero muchas veces iba a trabajar porque al estar con mis empleados me siento…no sé…más importante.

Estamos intentando que no vaya tanto por el restaurante. No es necesario y es una zona de peligro para consumir. Pero el éxito en los negocios es uno de sus motores vitales, no estar allí para sentirse valorado por sus empleados y sus clientes le hace perder el horizonte de lo que realmente ha conseguido. Le cuesta entender que “sigue siendo el rey” sin necesidad de que nadie se lo justifique. Ni sus empleados, ni sus socios, ni sus clientes, ni sus amigos. Ni sus padres, ni su hermano.

-Ya iremos despegando con esas actividades alternativas con las que te sientas a gusto. Después de todo, uno de los orgullos de ser un empresario de éxito es disfrutar de ese tiempo libre para ti, ¿No te parece? un jefe-propietario que no necesita estar todo el tiempo presente, que aparece para gestionar desde arriba, que cuida de su negocio viéndolo con más perspectiva al no estar “cocinando” todo el tiempo.

-Sí. El restaurante funciona sin mí… y eso me duele un poco, ver que ellos hacen cosas importantes…. El otro día el cocinero me enseñó un plato nuevo estupendo y, no sé, me puse de mal humor.

Un mal humor aparentemente ilógico, porque el logro de su cocinero es un beneficio para su empresa. Es importante que Ángel conecte con sus sentimientos, que los acepte, les ponga nombre y sepa de dónde vienen y hacia dónde pueden llevarle.

-¿Qué sentiste cuando tu cocinero mostraba ese plato tan bien cocinado al resto del equipo?

 

-No sé, estaba enfadado y no sé por qué… todos le miraban con admiración, yo estaba allí, yo no había hecho nada…

-Estabas enfadado.

-Sí, creo que estaba más que enfadado…

-Te sentías…., mira a ver qué es lo que te enfadaba…

-Ellos eran importantes, hacían cosas importantes….

-Y tu….

-Yo… joder, es como si me lo restregasen por la cara, me sentía menos que ellos…

Ángel respira hondo y, tras unos segundos, vuelve a serenarse.

-Vaya, parece que comprender lo que siente uno le ayuda a

entenderse y…no sé… a no tomarse las cosas tan a la tremenda.

-¿Ves la situación con otros ojos ahora?

-Realmente, no era menos que ellos ni nadie me estaba humillando. Son mi equipo y han hecho algo importante…en realidad para mi empresa, para mí. Para el jefe.

 

ELENA

 

Hay ocasiones en las que me cuesta más aceptar que Ángel no me acompañe. Él no pone pegas a que yo salga, pero esos tres días en el Rocío sin él…no son lo mismo. Me sentí sola. Y, tal vez, un poco culpable. El se mantiene firme “no voy a salir de juerga porque me estoy curando”. Me enfado con él pero esa actitud, en realidad, me hace admirarle más. No tengo más remedio que admitir que ahora es mejor marido y padre. Mi hijo, que se estaba convirtiendo en un adolescente huraño con el que costaba trabajo hablar, se está abriendo cada vez más a él, quiere hacer cosas con su padre, se siente orgulloso de él. Como empresario, ya no le veo con esa dependencia de ir y figurar; ha llegado el momento de disfrutar de lo que ha construido. Se dedica a otras cosas: colabora en un taller de tiempo libre para discapacitados y es socio de un club de

 

senderismo. Reorganiza el negocio: ya no es un trabajador más que tiene que estar allí todos los días, no necesita eso para sentirse importante. Ahora la gente, también sus empleados, le admiran por ser fuerte y no consumir, por haber cambiado de vida y seguir siendo un buen jefe. Un poco como me está pasando a mí.

Pero lo que más me admira es como está aprendiendo a ponerles límites a sus padres y a no sentirse acomplejado por lo que le digan o por las provocaciones de su hermano. Ellos no son capaces de a admirarle como se merece, pero el propio Ángel se basta para hacerlo. Cada vez le admiro y le respeto más yo también por este esfuerzo. Y me siento más capaz de ser su compañera, su cómplice, su tabla de rescate. Y siento que él es mi refugio seguro. Más que antes.

 

ÁNGEL

 

A Elena no le sentó bien que no la acompañara al Rocío. Me sentí mal cuando la vi marcharse enfadada, como si no fuera capaz de hacer feliz a mi mujer y de disfrutar yo mismo.

Estuve a punto, pero no. ¿Cómo es que ella no se da cuenta?

¿Acaso no me vio durante mi última caída, borracho y patoso, diciendo y haciendo tonterías? No, no parecía el rey del mambo precisamente. Ya no tengo esa sensación cuando bebo. Dice mi psicólogo que eso es porque ahora me valoro más por otras cosas, me respeto tanto que no me gusta sentir que no controlo mis actos. Me siento estúpido después. Parece como si al llevar tiempo sin consumir me diera un premio, una licencia para volver a hacerlo una sola vez; pero luego no lo disfruto y me siento muy molesto por haber vuelto a caer y retroceder el terreno conquistado. He descubierto que, cuando vuelvo a beber, es porque pienso que una persona que celebra bebiendo es una persona de éxito. Pero luego descubro que soy una persona de más éxito por otras cosas: no bebo y dirijo mi negocio sin tener que estar todo el día presente y

 

estoy siendo capaz de curarme, de salir de mis dependencias y la gente me respeta por ello.

Y ahora no voy a dejar que esto me consuma también el cuerpo. Aunque aún no den la cara, todos los excesos que he cometido han tenido que minarlo. Cuánto y hasta dónde voy a permitirlo, depende de mí.

 

EL PSICÓLOGO

 

Estamos en el tercer año de terapia y Ángel, que ha espaciado ya mucho el consumo, comienza a ver los resultados de no hacerlo. Y la necesidad, por su salud.

-Sinceramente, Ángel, te veo hoy mejor cara que otros días. ¿Te

sientes bien, tal vez… y no solo físicamente?

-Bastante, bastante –sonríe-. He pasado la mejor Semana Santa de mi vida. Me fue bien con el Antabús, me ayudó a relajarme y a no pensar en consumir. Mi mujer y mis hijos, sobre todo el mayor, quiere estar conmigo, que hagamos cosas juntos. Jugamos al tenis y me convenció para apuntarme a hacer snorkel. Además, me entretiene y me motiva a probar cosas nuevas, y eso me viene ahora genial

-Debe de ser muy agradable para ellos estar contigo cuando no bebes y no estás tenso por aguantarte para no beber.

-Sí. Lo noto. Es algo muy especial, que antes no valoraba. Y en el restaurante, donde yo pensé que me iban a dar de lado por no acompañarles bebiendo, me tratan con otro respeto. Como si estuviese haciendo algo realmente importante.

-Entonces, ahora sientes un nuevo poder que no te daba el alcohol: ser dueño de tu propia vida. Y los demás te lo valoran.

-No todos, claro. Siempre hay algún amigo que se mosquea porque dice que ya no nos divertimos juntos. Vamos, que él no sabe divertirse sin beber. Y luego están, ya sabes. Los de siempre.

 

-¿Tus padres y tu hermano? –toco el tema sabiendo que el hecho de que su familia no reconozca sus logros en la vida es una de las cosas que le hacen sentirse humillado y beber, como una forma de volver a sentirse “el puto amo”.

-Así es. Conseguí crear un negocio próspero pero mi familia no me lo reconoce, siempre he sentido que les satisfacía hacerme de menos… ¿cómo me iban a valorar y a felicitarme ahora por esto, si me han enseñado que beber es una manera de demostrar que eres alguien? Como hace mi hermano.

-No te sientes reconocido por ellos. ¿Crees que consumiendo te

veían más como “el rey”?

-Así son las cosas. Un tío de éxito que sale a divertirse y a gastar su dinero con otra gente de éxito. Sí, a veces siento que lo que estoy haciendo es una lucha que dice que soy un tipo con fuerza y voluntad. Pero otras…no sé explicarlo. Es como si hubiese tenido un ideal de cómo quería ser de mayor…y ahora… ¿cómo va a ser mi vida sin beber?”.

-Quizás eres más rey cuando cuidas de los tuyos, cuando cuidas de ti y trabajas con normalidad, cuando tu hijo te puede tomar como modelo, cuando tú decides como va a ser el próximo día.

-¿Qué sentido tiene la vida así, sin poder beber de vez en cuando?

-Lo más probable es que tu vida sin alcohol sea más parecida realmente a eso que imaginabas que sería haber triunfado.

 

ELENA

 

Me pregunto si alguien sabe lo difícil que es desengancharse, no solo para el paciente, sino para los que estamos a su alrededor. Por ejemplo, acostumbrarme cada día a situaciones nuevas. Y estoy abierta a ello, sí, que si ahora salimos menos de juerga esta Semana Santa, por

 

ejemplo, hemos estado de vacaciones con los chicos y han sido unos días preciosos.

Y es, también, un camino de desorientación y de altibajos. Después de aquellos días de armonía familiar, de verle feliz y disfrutando de cosas que, la verdad, la nocturnidad y las resacas no nos dejaban disfrutar, otros días se le ve hundido, como si no fuera él mismo. Nervioso o como sin ganas de nada.

Un día estaba con ese bajón por no poder beber, yo ya no sabía cómo hacerle reaccionar, me parecía excesivo todo el asunto, y le dije: “ya eres mayorcito, si estás así por no beber una cerveza es mejor que la bebas y punto”.

Ahora sé que, en ese momento, no era el mejor comentario, pero es difícil valorar lo que conviene hacer, cómo y cuándo. Que yo no he estudiado psicología, vamos. Así que, aunque al principio me enfadé un poco cuando me pidió volver a la consulta del psicólogo con él, como si fuese una niña mala de la que se chiva al maestro, yo necesitaba también esa sesión.

Ahora lo entiendo un poco mejor. Se trata de que yo pueda mantener la calma cuando vea a Ángel “de bajón” o deprimido, que lo acepte como parte del proceso, reconociendo y valorando que Ángel se muestre sensible, vulnerable, y aprendiendo a conectarme con sus emociones. Permitirle esos bajones, saber que son solo etapas de su recuperación, y acompañarle. En las buenas y en las malas.

 

EL PSICÓLOGO

 

-Un año sin beber, Ángel, quitando un par de copas de vino. Te iba a proponer espaciar nuestras sesiones ya, semana sí y semana no

¿Cómo te sientes al pensarlo?

-Más fuerte. No he dejado de salir con Elena, las situaciones de

riesgo  siguen estando  ahí…y yo  resisto. Mi  sueño  de  controlar  sería

 

beber poco, no tener que dejarlo pero que el alcohol no arruine mis planes ese día y al día siguiente. Y no machacarme demasiado el hígado.

-Esas dos copas de vino no fueron importantes. Pero sabes que no hay que confiarse, pensar que puedes salir y “beber poco”.

-En las situaciones de riesgo, ya sabes, ahí tengo mi Antabús, si tengo que trabajar un viernes por la noche, o cuando fuimos a la casa de la playa de unos amigos que beben. Pero ahora veo el alcohol como algo malo. No estoy dispuesto a volver a perder la relación con mis hijos, ni la complicidad y la armonía que tengo con Elena desde que no bebo. Estamos proyectando hacer una reforma total en la casa, ¿sabes? De alguna forma siento que los cambios en nuestra casa son un símbolo los cambios que están teniendo lugar en nosotros.

-Sin duda, Ángel. Tiene mucho sentido.

 

EL HERMANO MAYOR

 

La nueva gilipollez de mi hermano: “Yo bebo cerveza sin alcohol, el alcohol es malísimo”. Se creerá ahora que es un santo, a ver cómo aguanta sin beber en un ambiente hostelero, un tío ñoño y antisocial, en eso se va a convertir. Que siempre lo ha sido un poco.

Mi padre dice que el otro día se le cabreó, porque fue a enseñarles el nuevo cochazo y le dijo “pareces un mafioso”. Nunca ha aguantado muy bien las bromas de papá. Y mamá también se despachó a gusto: “Eres como un niño rico”. Para qué queremos más. Menudo planchazo. Se lo tiene merecido. Va allí, pavoneándose de su dinero, porque ha tenido suerte con los negocios se cree alguien; y a mamá le había negado cuatro cuartos para meterse botox. Sin decir que yo, ya ni le pido un favor, faltaría más. A no ser que sea a través de mamá.

Se cree que puede ir de macho alfa porque tiene dinero, pero siempre fue un poco ñoño, que algunas veces dormía con Ángel porque tenía miedo, con seis añazos el muy cagón. Y siempre envidioso y celoso

 

de mí, que no sé si seré el favorito, como tanto me echa en cara, pero si

es así… ¡yo qué sé! ¿No será que me lo merezco y él no?

Valiente gilipollas, como ya no llama la atención con los institutos elitistas de sus hijos ni sus descapotables, se está inventando esto de no beber para creerse más que yo.

“¿Por qué no vas a poder tomar una cerveza? ¿Por qué no dos?

¿Por qué no una raya de coca?” – le pregunté – “¡Porque no tienes cojones, y yo sí los tengo!”.

Si en el fondo, hasta da pena, el pobre niño rico.

 

ÁNGEL

 

Recaída. Caer y levantarse. Caer y preguntarse si merece la pena volver a intentarlo. Pero levantarse. Ya no hay marcha atrás, ni en saber que tienes un enemigo que siempre te acechará y ante quien eres vulnerable, ni en saber que solo puedes ser feliz si le das la espalda definitivamente.

Es un cazador incansable. Tiene paciencia. Tiene armas. Me conoce bien. No se rinde porque pierda una batalla.

La final de la Champions, con los amigos del restaurante. Ellos beben, yo no. Todos lo tenemos asumido. Pero entonces van y sacan la coca… y me ofrecen. Ahí estuve yo con un par, para decir que no. Al día siguiente les escribí un mail para recordarles que estoy todavía en tratamiento, y que me ha costado mucho llegar a donde estoy.

Ahí ya debía de estar de mal humor, porque no tiene mucha excusa que me sentara tan mal llevar a la niña al conservatorio por la tarde. “En vez de consumir tengo esta vida monótona de obligaciones familiares”, me quejé a Elena. Sí, me sentía realmente frustrado.

Y luego, la visita de mi hermano, trompa como un condenado y, si bien verle en ese estado, como si fuera mi espejo, me repelió, sentí

 

que él tenía una libertad que yo no tenía. Como si el mérito fuese siempre suyo. Ahora también.

Excusas, tal vez. Que los planetas se han alineado para hacerme caer. Simplemente, que aún tengo cosas por trabajar, diría mi psicólogo. El caso es que, dos días después, cuando conseguí aquella operación de compra venta tan espectacular, me pasé todo el día bebiendo con mi socio, para celebrarlo “como Dios manda”.

Una recaída. Pero ahora, veo el proceso. El cazador al acecho. No debo darle tantas oportunidades. No confiarme en que si le he vencido dos, tres veces seguidas, puedo darme el lujo de enfrentarle a pecho descubierto, celebrar, beber. Dejarme arrastrar de nuevo.

A pesar de esta recaída siento que ahora es diferente. Tengo más control, soy yo quien gobierna mi vida y me siento muy satisfecho de mi relación con Elena y con mis hijos. Me enfrento con un enemigo poderoso. Pero yo soy el puto amo.

 

LA MADRE

 

Qué cosas tiene Ángel, pues sí que le ha dado fuerte la vena moralista, no sé de dónde la habrá sacado. ¡Mira que venir a nuestras bodas de oro y no tomarse ni una copa! A mi marido le sentó fatal, aunque por lo menos me hizo caso y no le dijo nada. Y a César le eché una mirada que le dejé seco antes de abrir la boca. Tengamos la fiesta en paz. ¿O será que me hago vieja, que comienzo a ver las cosas con otras gafas? De todos mis hijos, ayer parecía Ángel el más tranquilo, el más seguro y el que tenía cara de estar más sano, que eso es una cosa que a mi edad se tiene muy en cuenta. Ninguno de mis nietos adolescentes habla con sus padres, mas que el suyo. Ninguna de mis nueras mira a sus maridos con el embobamiento con que lo hace Elena. Y nadie fue ayer más patoso que César, la verdad. Algunas de sus payasadas de borracho tenían gracia cuando tenía veinte años y era un

 

buen mozo. Ahora, con cincuenta, barriga cervecera y arañas vasculares en la cara, pueden resultar a veces un poco patéticas.

Para ser sincera, a lo mejor tiene algo que ver el hecho de que César ni siquiera nos hiciese un regalo, mientras que los gastos de nuestra celebración en su restaurante, Ángel ni siquiera quiso hablar de ellos.

Me hubiese gustado agradecérselo con más calor. Hay algo entre nosotros que no nos deja acercarnos. Pero, por mucho que esté aprendiendo ahora a mirar las cosas de otra manera, me parece muy tarde para cambiar. Espero que Ángel pueda comprenderlo algún día.

 

EL PSICÓLOGO

 

-Otro año, Ángel. Y has seguido avanzando, mucho, aunque tú

mismo pensaras a veces que “no podías con esta historia”.

-He cambiado mucho. Mi vida…es mucho mejor que la que tenía. Sé cuáles son los motivos que me llevan a beber y puedo prevenirlos mejor. También he comprendido que resulta muy difícil beber solo una copa, sin ir a más. Que por mucho que me cueste decir no a la primera, es más complicado decir no a la segunda. Me siento preparado para volar solo.

-Sí. Has cambiado mucho. Pero creo que aún tenemos trabajo por delante.

Es cierto. Ángel ha mejorado mucho su vida y su control sobre ella, pero permanece de fondo una especie de vacío existencial, un sentimiento de angustia al reconocerse como alguien que no puede beber nada en momentos en que “todo el mundo lo hace”, en sentirse un poco al margen socialmente o incapaz.

-Tal vez, siempre se puede mejorar. Pero, ¿sabes?, ahora siento que necesito otra cosa. He tomado el control de mi vida. Pero sigo dependiendo de ti.

 

-Yo solo soy una ayuda para que te mires dentro. El trabajo lo haces tú.

-Lo sé. Pero necesito saber que dependo solo de mí. Necesito sentir ese poder. Que el placer que siento al recuperar la estabilidad cuando me angustio, sea solo mío. Mi obra. Como construí mi restaurante. Quiero ser el puto amo de mi vida. Sentirlo.

-Ya sabes, es difícil para mí tener aún platos en el menú que parecen hechos para tu paladar y que te vayas sin probarlos.

-Jajaja, ¡Buena comparación! ¡Tú me quieres tocar la fibra sensible! Pero eres un buen maestro de cocineros…creo que puedo hacer ya buenos platos yo mismo.

-Y mi cocina siempre estará abierta, por si necesitas consejo para algún ingrediente o quieres volver para que descubramos juntos algún plato más.

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